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"Y seréis como Dioses", Fromm y su planteamiento ante la religión

  • Foto del escritor: Ángela Jiménez Rodríguez
    Ángela Jiménez Rodríguez
  • 14 may 2020
  • 7 Min. de lectura

“Y seréis como dioses” es un libro, de alguna manera, un poco autobiográfico y personal para Fromm, debido a que él, siendo judío, estudió profundamente el antiguo testamento, conocido como el Tanaj, a lo largo de su infancia y juventud, aquel antiguo testamento en donde Dios es categorizado como un ser todopoderoso, iracundo, tajante y sin compasión. Con el paso del tiempo, a pesar de haberse alejado de la creencia religiosa del judaísmo y la aplicación de la misma, Fromm demostró la fuerte influencia que la misma tuvo en él escribiendo varios libros que repasaban las escrituras bíblicas, y su posible aplicación o relación con el psicoanálisis humanista, e incluso basando el inicio de su postura psicodinámica, específicamente el tema de la libertad que el hombre tiene pero también la responsabilidad que esto implica en Génesis 2:16-17, en donde Dios le dice a Adán y Eva que “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres, de cierto morirás”, puesto que para él aquí se encuentran varias de las principales dicotomías del hombre: querer saber todo, mas no poder (como le pasa a Adán y Eva), el querer ser libre de toda norma más estar atado a la mismas por siempre, incluso planteando que ni Dios se escapa de esto, citando el nuevo testamento en donde Dios es ahora un ser que hace pactos con los humanos, que los ata a ambos de tener que cumplirlo, perdiendo su esencia de todopoderoso unánime que se plantea en el nuevo testamento.

El libro cuenta con varios pilares relevantes, los cuales de alguna manera u otra, intentaré relacionar con la teoría freudiana y con el escrito “Moisés y la religión monoteísta”, escrita por Sigmund Freud. Uno de los primeros pilares se encuentra en Génesis 1:26, en donde Dios dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”, de esta manera otorgando, según Fromm, al hombre una condición divina, siendo nosotros el único “tótem”, el cual Freud considera[1] que ha desaparecido pero Fromm defiende, incluso afirmando que actualmente no somos más que totems que posteriormente guiamos a otros, por así decirlo, que existe de Dios y por eso la prohibición que él mismo da en Levíticos 26:1 de no hacer imágenes a quienes adorar, y pedirle “milagros”, puesto que aquello capaz de cambiar su destinos se encuentra en el interior de ellos, de esta manera, por así decirlo, fungiendo Dios un rol de yo maduro que, evita que ante una tentación del ello, producto de un impulso que no puede contener. Se podría decir que Dios lo que está buscando es que el hombre sea capaz de hacer una introspección profunda, que le permita encontrar respuestas en su interior e incluso planteando un método, la oración, la cual vendría siendo un método de cura por el habla, con el cual pueda realizar o iniciar esta introspección que tanto quiere.

El segundo pilar que se encuentra en el libro es la interrogante ¿Quién es Dios?, en donde Fromm plantea, al igual que Freud, que probablemente este ser mágico, encargado de fungir como padre, castigador pero protector, ha sido creación humana. Lo que separaría a ambos autores es el motivo o la causa por la cual ha surgido, puesto que mientras Fromm lo atribuye a la necesidad de la humanidad de pasar por un Edipo colectivo que le permita encontrar la ley del padre y separarse de la relación incestuosa con la madre tierra pero Freud ve el surgimiento de Dios como producto de una represión que al salir a la luz provoca que se de una formación reactiva, atribuyéndole todo este proceso a la muerte de un Moisés totalmente egipcio, el cual en vez de enseñarle a los hebreos sobre Dios, en realidad lo que desea es encaminarnos al monoteísmo del faraón Akenatón. Fromm desfavorece tanto esta teoría que incluso afirmaba que la misma fue creada como producto de un episodio psicótico de Freud[2] en el cual el mismo se identifica con Moisés, destinado a encaminar mas no a entrar a la tierra prometida, e identifica a Jung, su hijo perdido, como Josué. También menciona Fromm el símbolo, el cual es solamente una expresión aproximada a la experiencia, mencionando como nos es imposible entender a Dios totalmente, puesto que el mismo está constituido por símbolos primarios, imposibles de entender para la consciencia humana, atribuyendo aquellos casos de “encuentros con Dios” como productos de psicosis severas, e incluso casos de esquizofrenia, mencionando también cómo se podría explicar los encuentros oníricos con Dios, en donde hay entendimiento total de lo que él desea.

También se da una fuerte comparación entre la concepción del superyó freudiano y el concepto de superyó para la psicología humanista, puesto que comentan que aquella persona con la “conciencia autoritaria”, es decir superyó freudiano, considera su deber cumplir las órdenes de las autoridades a las cuales se somete, independientemente de su contenido, mientras que la conciencia humanística es aquella voz totalitaria de nuestra personalidad, consciente e inconsciente, que expresa nuestras exigencias de vida y crecimiento. Para Fromm, aquel instinto de Thanatos del que habla Freud desaparece siendo reemplazado totalitariamente por el Eros, no sexual sino orientado hacia la vida en general. Incluso se comparan los conceptos del yo que tienen ambas perspectivas, afirmando Fromm que el yo ideal, es decir el que el plantea, se guía por la responsabilidad, puesto que responde al mundo del cual forma parte, estableciendo que aquel yo guiado por el deber, aquel que propone Freud, es un yo más guiado por un superyó rígido, incapaz de guiarse equitativamente por el placer y el miedo como fuerzas impulsoras. Menciona la experiencia x, la cual también puede ser llamada “experiencia de la trascendencia”, la cual para Freud sería el insight, que consiste en desprenderse del yo propio para acercarse más a un yo grupal, en donde Fromm introduce varias de lo que serían sus dicotomías existenciales tales como querer dejar la prisión, tema el cual tocó en su obra “El miedo a la libertad”.

Fromm habla sobre el incesto de una manera muy singular, puesto que en vez de plantear a la madre y padre propuesto por Freud, el relaciona a estas dos figuras con conceptos de la naturaleza, comentando como el paraíso (Edén) representaría un símbolo del útero materno y, con un lenguaje no simbólico, de corte primario, proclamará la necesidad de cortar los lazos que unen con el padre y la madre; estableciendo como el amor entre el hombre y la mujer sólo es posible una vez cortada la vinculación incestuosa, lo cual podría correlacionarse con la salida exitosa del Edipo propuesta por Freud. Incluso comenta que el Dios humano, es decir creado por los humanos, y la obediencia al mismo y sus leyes fue creado en el proceso de desarrollo de la raza humana para ayudar al hombre a liberarse de los lazos incestuosos con la naturaleza y con el clan. Añade que históricamente la obediencia se refiere usualmente a la obediencia al padre, y que la misma es un proceso totalmente consciente de someterse a la autoridad.

Es la caída de Adán lo que termina el Complejo de Edipo histórico y desata el período de Latencia, aquel caracterizado por una gran represión de aquel inclinamiento edípico que existe, al querer estar relacionado con el paraíso, que ya había mencionado que es la representación simbólica de la madre, que cambia la catexia dirigida hacia este útero simbólico a una identificación con nuestro padre, siendo este Dios, queriendo entonces ser como él, lo cual más adelante desataría que, al ser nuestro yo débil y contar con pocos mecanismos de defensa, el ello tomará control, y aquí se puede citar a Génesis 6:5, “y vio Jehová que la maldad de los hombre era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”, por lo cual Dios, representando al superyó y al padre, debe volver a aquel Edipo, que al parecer no se finalizó correctamente, y aplicar de manera rotunda la ley del padre, ligando también con la angustia de castración, siendo esto reflejado en el diluvio, que mata a todo aquel que no se someta a la ley del padre.

Fromm tambien toca brevemente el concepto de angustia, la cual entenderemos como “una señal de alarma, advierte al sujeto que algo está aproximándose. Un peligro amenaza.” (Nominé, 2017). Y para explicar esta angustia moral, en la cual la fuente de la amenaza es la conciencia del sistema superyoico (Brenner, 1968), utiliza el ejemplo de Jonás, al cual se le había encomendado la misión de salvar a la ciudad de Nínive pero en un acto propio del ello decide de huir de la palabra de Dios, del padre, y luego se encuentra con consecuencias sumamente negativas, ante las cuales por pesar de su conciencia, decide ofrecerse como sacrificio y echarse al mar, en donde, como castigo, ya Dios tenía a un gran pez que sería el encargado de tragarse a Jonás, en donde esté preso de su angustia[3] clama al padre, pidiéndole que le salve de la gran condena con la cual carga. El principal error de Jonás, que le provocaría su principal angustia, es que a él no lo impulsan la compasión y la responsabilidad que caracteriza la nueva imagen de Dios, sino que Jonás es más apegado a aquella ortodoxa imagen de la justicia de blanco y negro, no a la misericordia.

Como último tema, Fromm habla sobre las tendencias del hombre, en el concepto de pecado, separándolo del animal explicando como este tiene impulsos, tendencias, que los animales no tienen, como el de ser bueno o malo. Y como la Biblia, en total consciencia de esto, nos plantea que a partir del pecado original al hombre se le da la oportunidad de elegir, en base a sus tendencias, entre el bien y el mal pero que, en general, somobenonim, es decir que estamos en el medio y que nuestras inclinaciones están balanceadas.

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Referencia bibliográfica: [1] Freud, S., Tótem y Tabú, 1913. [2] Fromm, Erich (1980). La misión de Sigmund Freud. [3] Como se cita en Jonás 2:2

 
 
 

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